jueves, 5 de septiembre de 2013

Cada despertar


Cada despertar golpea mi cerebro con un aldabonazo de campana gorda. La realidad desenreda su bucle de negativo extenso y aparece ante mí la sucesión de acontecimientos uno detrás de otro sin piedad sin descanso sin posibilidad de olvido.

No se puede detener la vida ni se puede desandar lo andado para llegar a ninguna parte o a la otra orilla o al remanso donde no ha sucedido nada. El amanecer inmisericorde me enseña la llaga y el sufrimiento y el dolor.

No existe paliativo sino el tiempo, la esperanza de que en los despertares sucesivos vayan apareciendo hilos de luz entre las sombras, cristalitos irisados coloreando la negrura que llena mis mañanas.

Que al abrir los ojos una explosión de luz me enseñe que la vida existe plena, completa, lúdica, espaciada, en calma. Que la paz sea el sentimiento caliente y dulce que empape mis neuronas y me desenrede como un gato entre la sabanas deleitándome en el desperezo, y me olvide del salto aturdido que me saca de la cama y que me empuja apenas abiertos los ojos a abrir las ventanas, todas, deambulando por la casa a trompicones, abriendo las ventanas, todas, dando paso a la luz, dando paso a la vida, abriendo mis ventanas, todas, con manotazos torpes, todas, hasta espantar la oscuridad.

 Todavía es demasiado pronto, para asumir tu pérdida, mamá.

  

2 comentarios:

  1. Que bueno, que forma más maravillosa de describir esas sensaciones que nos atenazan a muchos al despertar y la convicción final de que, pese a todo, la vida vale la pena. Maravilloso.

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  2. Gracias Javier, qué bueno verte por aquí. Me alegra saber que mis letras consiguen transmitir y despertaren ti sentimientos comunes..

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