martes, 4 de febrero de 2014

El error


El traspiés, quizás el mayor dislate de donde parte el epicentro del terremoto que abre la grieta de la separación es, sentirse invadido, asaltado, forzado.

Gran error es ocupar una casa ajena o dejarse ocupar percibiendo el imperceptible cambio que va transformando el entorno protector. Se desdibujan los perfiles de las estanterías que contienen los libros. Saltan rostros ajenos a los marcos de las fotografías. Las prendas desubicadas buscan dónde cobijarse en aras del orden personal que cada quien impone a sus cosas.

La casa única se construye juntos. Desde el primer esbozo en el papel. Desde la percepción errática en pos de sueños comunes. Haciendo la lista desde los más pequeños enseres necesarios para la nueva aventura que comienzan.

Nadie se siente asaltado. Ninguno invade la estructura vital que late en cada ladrillo. Aquí fabrican los sueños, su futuro, su hogar. Los dos se aprestan a aportar lo mejor que poseen. Es el comienzo desde la nada al todo de sus sueños.

¿Qué pasa en cambio cuando el bagaje es otro? ¿Cuando existe el sentido de la pertenencia marcado por la huella del esfuerzo en cada estancia? ¿En cada mueble? ¿En cada habitación? ¿Qué pasa cuando el miedo acuchilla sombras y se cubre con el escudo de lo mío y lo tuyo?

Es una auténtica invasión la que se ejerce sin pretenderlo. Invadimos o nos invaden. Cambiamos rutinas. Añoramos silencios. Buscamos tiempo en soledad que nos devuelva a la placidez del hueco que nos cobija.

¿Qué hacer entonces? Difícil coyuntura se presenta a todos aquellos que han desgajado sus sueños y pretenden construirlos de nuevo. Es necesario renunciar a todo. Olvidarse del acopio que hemos hecho para tiempos futuros. Cerrar puertas y empezar de cero en un destino distinto.

¿Una casa vacía para llenar juntos con sueños y realidades? Parece fácil. ¿En realidad es posible renunciar a todo y empezar de cero? Fermín lo duda.

Tendría que volver el viento loco que alborota su alma y abre compuertas, cuando las veletas giran desbocadas a mil por hora y la sangre sube hasta la cabeza pintando el gesto de desafío en la boca resuelta. Sólo entonces saltaría de nuevo al vacío asido a la maleta de transportar los sueños.

 

 


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