Nueva York se despierta alargando la
noche. Despereza su lomo de gato caliente entre brumas y sueños. La luz dorada
del amanecer deja brillos sonámbulos enredados en las copas de los árboles de
Central Park. Los anuncios luminosos, antaño de neón, aquietan el brillo
noctámbulo relejado en millones de leds que adormecen sus colores con la
llegada del alba.
Miles de huellas imprimen su paso, tránsfugas
de la noche, reconvertidos en incontenible río que inunda las aceras, ficción y
realidad alternando con pasos de swing.
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